Venezuela pierde su razón de ser como república democrática. Lo hemos dicho en todos los tonos, desde diversas tribunas y en las más variadas circunstancias. No se trata sólo de la violación sistemática del ordenamiento constitucional, de la legislación que de él se deriva, ni de la construcción de un piso jurídico de plastilina para darle soporte a las decisiones que se toman en nombre de la revolución bolivariana. Sin desconocer la gravedad de lo afirmado, se trata de algo mucho peor y más trascendente. Ya es un problema cultural de profundidad. Toca principios y valores fundamentales que están siendo demolidos para, sobre sus ruinas, levantar una cultura de sumisión y entrega al estado que convierte a todos los venezolanos, personas naturales o jurídicas, en miserables dependientes hasta para comernos un pedazo de pan o tomarnos un vaso de leche. En ese proceso estamos. Aunque en ocasiones modere el ritmo y hasta la administración de la violencia física o institucional para vencer resistencias, no se detiene.
Una vez más, invito a todos los compatriotas a repasar el texto de la Constitución. Hay que leer con calma, sin dar por sabidas todas las cosas, el Preámbulo y las Disposiciones Fundamentales. Concluiremos, en que jamás existió un gobierno más alejado de estas disposiciones. Nunca antes tuvo Venezuela un Presidente y unas ramas del poder público, que trabajaran en línea tan contraria a los deberes y obligaciones que tienen claramente señalados. Mataron el espíritu, el propósito y la razón de ser que los constituyentistas de 1999 estamparon en la Carta Magna. No es perfecta. Es amplia y necesariamente corregible, pero allí quedaron establecidos los lineamientos generales sobre los que existe y debe funcionar la República. La situación actual es inaceptable.
El régimen avanza. El abuso de poder político y económico, más la atomizada dispersión de la disidencia, genera una especie de resignación pesimista en mucha gente que rechaza lo existente, pero está paralizada por el miedo, por el temor a represalias personales, familiares o empresariales y no comprende la falta de contundencia de cierto liderazgo político que actúa como si estuviéramos en circunstancias normales, en las que todo pasa por aferrarnos a los esquemas electorales que, una vez más, el régimen también pretender manejar a su antojo. No faltarán quienes digan que ésta es una visión pesimista del presente. Les diremos que en la Venezuela de hoy, un pesimista es un optimista realista. El esquema tenemos que sacudirlo y a los responsables hay que combatirlos sin miedo, sin tregua en todos los frentes y sin darles cuartel.
La gran ventaja es que son demasiado ineficientes, corrompidos y corruptores. A las pruebas me remito. Lo de Mackled apenas empieza. El terrorismo, las FARC-ETA, la penetración y control del narcotráfico en el alto gobierno escandaliza al mundo. ¿Y a nosotros…?
Fuente: La Patilla
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