La creación de la Milicia es un hecho esencial en la definición del rumbo de lo que sea que vaya a ser y durar el actual régimen. Es un punto de quiebre, aunque todavía no se vea con suficiente claridad. Apenas voces como la de Rocío San Miguel han esculcado el significado irreversible que tendría la consolidación de este cuerpo armado, constituido por la Milicia Territorial y los Cuerpos Combatientes.
De acuerdo a la Ley, “La Milicia Bolivariana tiene como misión entrenar, preparar y organizar al pueblo para la defensa integral con el fin de complementar el nivel de apresto operacional de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, contribuir al mantenimiento del orden interno, seguridad, defensa y desarrollo integral de la Nación, con el propósito de coadyuvar a la independencia, soberanía e integridad del espacio geográfico de la Nación.”
Desde el punto de vista formal es un complemento de la Fuerza Armada. Sin embargo, como se observó el miércoles pasado con la marcha miliciana, ese cuerpo armado es un instrumento de Chávez que no expresa a la Nación sino al partido oficial y que está destinado a suplantar a la Fuerza Armada cuando se estime necesario.
Si se analizan los escenarios de conflicto para Venezuela se puede apreciar mejor la naturaleza del enemigo al cual se enfrentaría la Milicia.
Lo que el régimen dice como cobertura retórica es que el país se encuentra amenazado por “el imperio”. Estos milicianos se convertirían en los guerrilleros inalcanzables que darían cuenta de los “marines”, las brigadas aerotransportadas, la CIA y otros instrumentos de la guerra imperial. Desplante que no pasa de ser una necedad porque no hay ningún escenario previsible que en el mundo actual haga ni siquiera pensable la esperada invasión de las fuerzas que, según el Comandante, ya arrasaron con la civilización que estaba instalada en el planeta Marte. Cabe la digresión sobre la indigestión psíquica que debe padecer el caudillo cuando sugiere que lo que los seres del planeta rojo –todo rojo; completamente rojo- no pudieron detener, lo vaya a detener la milicia roja. Pero esto es gofio de otro saco.
Al no existir la posibilidad del conflicto entre Washington y el Museo Militar caraqueño, el otro escenario a la mano es el conflicto eventual con Colombia, ahora más difícil cuando los presidentes se chocan las barrigas. Sin embargo, la vieja hipótesis, desempolvada de tiempo en tiempo, según la cual la mano imperial recurriría a Colombia para avanzar sobre la revolución venezolana tampoco es plausible y, en todo caso, sería la ocasión de una guerra convencional para la cual ni ayuda la Milicia ni tampoco el deterioro agudo de la institución militar.
La verdadera hipótesis de conflicto para la cual ese cuerpo armado inconstitucional se prepara es para “contribuir al mantenimiento del orden interno”, que es el lenguaje-código para identificar la represión contra los opositores al actual régimen cuando la violencia sea el último pero necesario recurso. La Milicia es un instrumento para combatir a la oposición venezolana en caso de que llegue a disputar el control del poder a sus dueños actuales. Frente a esta realidad, ¿cómo se prepara la oposición?
Un escenario es que haya un golpe militar como el del 4-F pero esta vez contra los del 4-F. Una acción de esa naturaleza tiene muy baja posibilidad de ocurrencia, precisamente por la descomposición de la institución militar en la cual los tenientes no les hacen caso a los mayores ni éstos a los coroneles. Imagínese cómo será reclutar un cuerpo de tropa bajo esas premisas para que atraviese medio país, acampe en el Museo Militar y su aguerrido comandante en vez de decir “¡vamos!”, diga “¡vayan!”. Un golpe estilo Chávez no parece probable. Además, en el mundo contemporáneo los golpes de estado no son aceptables. La comunidad internacional se puede hacer la loca con los gobernantes autoritarios pero bramará contra la interrupción de esos gobiernos por un golpe de mano.
En caso de alzamientos militares, si ocurriesen, el papel de los milicianos puede ser muy reducido porque competirían con un poder de fuego asimétrico y ya se sabe que una vez que un gobierno es derrocado, sus partidarios desaparecen y quedan apenas pequeños grupos armados que pueden apelar a la violencia pero no revertir las situaciones que tengan apoyo cívico-militar.
Descartado el golpe quedan los escenarios electorales, los cuales pueden ser calmos o violentos. La hipótesis que difunde el régimen es que Chávez va a ganar las elecciones pero la oposición se apresta a cantar fraude. Viejo truco para paralizar a la oposición venezolana, que ha tenido resultados. Obsérvese si no, cómo algunos personajes han comprado la tesis del gobierno que sostiene que el 11 de abril hubo un golpe militar y hasta saludan al gobierno desde “la oposición” por haber tenido “éxito” en derrotarlo.
Como es evidente, la oposición venezolana predominante tiene como escenario las elecciones y la domina una inexplicable alergia al tema militar, asunto que ha prevalecido en la agenda chavista desde 1992 hasta hoy. Los dirigentes ni siquiera insisten en movilizar a las masas o denunciar las condiciones electorales, dada la apreciación que parecen tener sobre una (casi) inevitable victoria que no debería ser perturbada si se hacen olas protestatarias en las calles. Todo esto alimentado por algunos encuestadores del estilo “Chávez puede perder, pero puede ganar, y la oposición puede ganar; claro, pero puede perder (sobre todo si no lanza a mis clientes o a quienes quiero apoyar)”. Uno de esos sujetos lanzó un maullido despelucado contra quien esto escribe, pero habrá tiempo para ocuparse del comediante.
El único escenario real para el cual las milicias están diseñadas es para desconocer el posible –aunque no inevitable- triunfo democrático en las elecciones de 2012. Ya Chávez y su general Rangel lo dijeron: la FAN no aceptaría ese resultado. Como bien saben que la mayoría de los oficiales no está dispuesta a desconocer el mandato electoral, los milicianos tendrían su espacio servido para impedir que “los golpistas” pretendan desplazar al Presidente que habría de ganar inevitablemente, por las buenas o por las malas.
No conviene reírse de los milicianos. Ni de los chopos que arrastran. Es una decisión política, recomendada por el general Carvajal, que no tengan AK-47 sino escopetas porque éstas no son consideradas armas de guerra. Sin embargo, en un arroz con mango contra civiles desarmados los guáimaros pueden ser tan eficaces como las balas.
Si a 1.8 millones de votantes fantasmales y al ventajismo brutal se unen las milicias, la situación puede volverse dramática. Un programa inmediato de acción está constituido por una candidatura ganadora, el combate al fraude y la exigencia del desmantelamiento de la Milicia.
Fuente: Tiempo de palabra
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