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miércoles, 6 de julio de 2011

Antonio Sánchez García ND Las lecciones del cáncer presidencial




Un mes ha tardado el presidente de la república en comprender que a pesar de todos los pesares, los deseos de su camarilla y el capricho de su padre putativo, Fidel Castro, sigue siendo el presidente de un país que no pierde su vocación democrática y tiene suficiente lucidez, temple y coraje como para exigir que se cumpla lo pautado en la Constitución Nacional. De allí la primera de las lecciones: por más que lo quieran él y sus secuaces y se agrave el estado de su salud hasta ponerlo al borde de la muerte, no es el monarca de una Venezuela aherrojada que actúe – como lo quisiera el más pérfido, traidor e inmoral de los rastreros, José Vicente Rangel – como “le dé su real gana”. El presidente de Venezuela quisiera, pero no puede actuar como un monarca. Tendrá realísimas ganas. No tiene ni tendrá jamás la facultad de ejercerlas.

La segunda lección de este mes de acefalia es el inmenso sentido de la responsabilidad de nuestros medios, de nuestros comunicadores y de nuestra élite política. El país no se enteró del cáncer presidencial por el Sr. Mario Silva, epitome mediático del régimen, ni por ninguna de las plumarias y plumarios oficialistas. Muchísimo menos por la inmensa batería propagandística y de desinformación de sus medios impresos y radioeléctricos. Se enteró por los clásicos canales de una democracia asediada: informantes confiables y un periodista excepcional como Nelson Bocaranda. Quién a través del medio impreso y la emisora en los que labora, así como por la red – que ha demostrado por primera vez la misma potencia movilizadora que en la crisis de los países árabes – supo informar no sólo a la mayoría opositora, sino al mismísimo entorno presidencial, patéticamente ignorante de lo que sucedía con aquel al que sirve.

Si la indignación de la opinión pública ante el secretismo y la evidente traición a nuestra soberanía por parte de quien le entregó el destino final de su vida a un tirano extranjero se mantuvo en los cauces de la opinión y no se desbordó en acciones de calle se debió al sentido de responsabilidad de nuestra élite política, que ante el tortuoso desafuero insistió en mantener la calma y exigir el cumplimiento de las normas constitucionales. Si Venezuela ha mantenido la calma, en medio de la inexplicable ausencia presidencial y los graves problemas nacionales, se ha debido a la oposición, no al gobierno. Hemos sido los garantes de la cordura, la paciencia y la racionalidad. Por ahora. Es la tercera gran lección de estos 30 días luctuosos.

La cuarta lección es más compleja y en cierto sentido aterradora: El país se sostiene en pie gracias a la sensatez y la disciplina de los sectores opositores. Si dependiera de la insólita, la descomunal, la intolerable mediocridad del cogollo presidencial viviríamos al borde del caos y la disolución. Puede que ello explique la decisión final del presidente de la República yderegresar a hacerse cargo del desbarajuste gubernativo. Lo dijo Diosdado Cabello – por cierto, desaparecido de la primera fila de eventuales sucesores -: con Chávez (vivo) todo. Sin Chávez (vivo) nada.

Otra de las lecciones con las que quisiera terminar esta primera evaluación de los acontecimientos tiene que ver con un hecho desgarrador: el sistema público de salud está en estado tan catatónico, que fuera de dos clínicas privadas – en las que el presidente de la república no confía – no existe en toda Venezuela un solo oncológico que merezca tal nombre. Mientras Chávez se sometía a una cirugía mayor en La Habana, los oídos de los caraqueños eran torturados con el bramido de los aviones rusos surcando los cielos. ¿Cuántos oncológicos se hubieran podido construir con el dinero dilapidado en armas, tanques, aviones que posiblemente no encuentren jamás otro motivo operativo que los amenazantes desfiles patrios?

Debemos extraer las debidas consecuencias de estas dolorosas lecciones. Pues nada augura un desenlace feliz a esta tragicómica circunstancia.

Fuente: Noticiero Digital

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