La encuesta de Globovisión confirma mi propia indagación: muy pocos venezolanos saben qué se conmemora el 5 de julio.
El gran culpable de esta laguna es el propio Estado, cómplice de haber permitido que los militares se adueñaran de una fecha en la que ellos no tienen nada que ver. Más aún, el 5 de julio es lo contrario de los militares, puesto que la declaración de independencia, que se hiciera en 1811, involucró a civiles en un escenario estrictamente civil, como era el Supremo Congreso de Venezuela.
También la escuela ha tenido responsabilidad, porque no ha insistido lo suficiente en divulgar que la fecha fundacional de la patria tiene esa categoría por ser el cumpleaños de la república; o de la determinación de ser republicanos, zafados de un monarca.
Los medios de comunicación también estamos implicados en una difusión inhábil del hecho de que el 5 de julio de 1811 no se libró ninguna batalla, no fue arena para que los militares sacaran sus caballos, sino que, al expresar la nítida voluntad de dejar de ser súbditos del rey de España, abrazamos el destino de ciudadanos de una república independiente. Quitamos la soberanía al rey para ponerla, ojo, no en manos de los militares, no en la gorra de un mandón, sino en la sociedad, esto es, el conjunto de los ciudadanos, que entonces se hace responsable de su devenir.
De ello se deriva no el don de mando, ni la gritadera de consignas, sino los principios de igualdad ante la ley, libertad de expresión y derecho a la información, alternabilidad en el poder mediante elecciones, división de los poderes públicos (en contraposición al Estado absoluto, regido por un monarca con poderes y funciones ilimitados) y el derecho a la propiedad, principios que ayer cumplieron 200 años en el alma venezolana.
La feria del folklore y el mal gusto, que el régimen exhibió ayer, fue una actualización de la confiscación del 5 de julio por parte de la mentalidad castrense. Desde luego, los militares de Chávez lo hicieron con su impresentable estilo; y sin ningún pudor ante la paradoja de que el día en que celebramos la declaración de la independencia, ellos remarquen la ominosa sujeción a la industria armamentista de Rusia y Bielorrusia, por cierto, la última dictadura de Europa.
El patético festival de ayer fue un cónclave gobiernero, con reminiscencias de funeral adelantado. Fue el acto bicentenario de un régimen que no tiene nada que mostrar, salvo la provisional hegemonía de los uniformes.
En contraste, la naturaleza, la bendita naturaleza de Venezuela, dio una lección de magnanimidad y elegancia: el pico El Águila amaneció cubierto de nieve.
Fuente: CodigoVenezuela.com
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