La fuerzas democráticas deben enviar un mensaje que no se enrede con consignas oficialistas
El sábado pasado, las fuerzas democráticas presentaron su plataforma unitaria para las elecciones del 26-S. El capítulo candidatural está, pues, cerrado. Sólo queda esperar que algún cabo suelto que hay por ahí termine de amarrarse de la manera más feliz posible. Pero sonó el campanazo de partida y nada debe retardar la puesta en marcha de la búsqueda de los votos para el triunfo de septiembre.
La escena servida repite patrones de las dos últimas consultas. En ambas Chávez ha arrancado de atrás y ha recuperado terreno. En el caso de la reforma del 2007 no recuperó lo suficiente para obtener el triunfo. En el caso de la enmienda del 2009 sí lo hizo.
La sencillez del mensaje tuvo mucho que ver con la diferencia. En el caso del referéndum sobre la reforma, el mensaje de Chávez era un enredo. Eran tantas las cosas que quería “reformar”, que tuvo que entrar en explicaciones complicadas, múltiples y poco convincentes. Las fuerzas democráticas, por el contrario, jugaron con sencillez contra la complicación oficialista: esta reforma amenaza la propiedad, la educación, la moneda, la autonomía del Banco Central, la descentralización. En cambio, para le enmienda del 2009, fue el argumento oficialista el que gozó de la ventaja de la sencillez: lo único que se pedía era que el pueblo pudiera decidir si reelige o no a su gobernante. Mientras tanto, las fuerzas democráticas tuvieron que echar mano de un argumento de filosofía política que, aunque muy cierto, resultaba un poco abstracto, referido a los efectos indeseables de la excesiva permanencia en el mando de un mismo individuo.
Esta vez también parte Chávez en situación de desventaja. Es una desventaja más profunda que las anteriores, pues no se refiere tanto a los números de las encuestas, como al real peso negativo de su gestión. Ese lastre se ha hecho aceleradamente cada vez más pesado y ya es muy difícil de cargar. Desde la enmienda de febrero del 2009 han pasado quince meses de pesadilla. Y los que faltan de aquí a septiembre. La Asamblea Nacional roja tiene una buena parte de responsabilidad en ese baldón, por su incapacidad para fiscalizar, moderar, interpelar, planificar, exigir, preguntar, contrapesar. De allí que la Asamblea sea, de lejos, la institución peor calificada por los venezolanos.
A Chávez le es imposible defender la Asamblea roja. No va a gastar pólvora en eso. Vendrá con un mensaje muy simple, a ver si la sencillez le vuelve a dar resultado. Tres afirmaciones básicas hará. “El que está en juego soy yo, no la Asamblea, pues si ganan después vendrán por mí”. “No volverán”. “Te van a quitar las misiones”. Quizás añada alguna otra cosa, si las circunstancias lo exigen o lo propician. También veremos sus habituales oscilaciones entre fiereza y mansedumbre. En fin, ya nos lo sabemos de memoria, lo cual no asegura que sus viejos trucos no vayan a rendir resultados.
De modo que las fuerzas democráticas deben apercibirse para plantear un mensaje directo y coherente, afianzado y conectado con la cada vez peor experiencia que este gobierno y su Asamblea están haciendo vivir a la mayoría de los venezolanos. Un mensaje lanzado por todos los candidatos, partidos, voceros, de forma de ir al grano, a la necesidad de una Asamblea para el debate, el contrapeso, la tolerancia y el cumplimiento de las tareas que la Constitución le asigna. Un mensaje que no se enrede con consignas oficialistas como las señaladas, desvirtuándolas sin necesidad de aludirlas.
Resuelto el problema de las candidaturas, la alternativa democrática enfrenta ahora un desafío de mayor calado, pues implica una profundización de la unidad. El desafío de la coordinación de las diversas fuerzas, de mantenerse en un mismo carril, de emitir todos un mensaje que vaya a los mismos puntos con insistencia y claridad. Dicho, por supuesto, en la forma que cada estado o circuito exija, en la que cuadre con cada personalidad. Enriquecido, especificado, con lo que cada candidato o circunstancia añada o sugiera.
La unidad de las fuerzas democráticas ha producido una oferta parlamentaria con las cualidades necesarias para que Venezuela tenga una Asamblea Nacional como la que se merece y como la que necesita. Una Asamblea en la que quepan y convivan todos, en la que se discuta y dialogue, en la que se controle, en la que se legisle y planifique pensando en el país y no en los deseos de Chávez, y que ayude -y ahora que lo nombramos y por qué no- a Chávez a salvarse de su propia locura, hasta el 2012.
dburbaneja@gmail.com
El Universal
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